Desesperanza

Observó su pierna, apenas sangraba, el vendaje que cubría el muslo tenía un color sucio, gris, del polvo, del humo. Una mancha oscura delataba la herida que había debajo. Los disparos cada vez sonaban más cerca. No podría decir cuanto lleva sentado apoyado en esa sucia pared, en aquel cuarto donde el aire cada vez estaba más viciado. El olor a sangre y sudor era ya casi insoportable. Retiró el cargador de su fusil de asalto y lo observó con la mirada perdida. Palpó su cartuchera, dos cargadores más con munición.
Oye pasos, pero vienen del cuarto de detrás. La puerta se abre, dos soldados aparecen corriendo. Visten uniformes pardos de las juventudes hitlerianas y se cubren con gabardinas de las SS que les quedan gigantescas, es evidente que no tienen más de quince años. Llevan consigo una MG42 e intentan ponerla en posición lo mejor que pueden frente a una gran puerta de madera gruesa.
No les presta más atención, apoya su cabeza en la pared y mira al techo un instante, ciñe dos granadas en el cinturón, se coloca con negligencia el casco brillante sobre su cabello rubio y se pone de pie raspando su espalda con la pared. Estaba cansado y harto. Prueba a dar unos pasos, si debe correr no podrá hacerlo, suspira resignado. Algo raro le perturba, hace un rato que no se oyen detonaciones en el interior del edificio. Escucha carreras al otro lado de la gran puerta de madera, voces en ruso, mira a los dos niños de las juventudes, uno de ellos llora. Sujeta con fuerza la palanca de montar de su fusil y con un movimiento brusco monta su arma.


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